Liliana Díaz Mindurry
El camino hacia La dicha
Escribir sobre una obra es una de las tareas más espinosas a las que me he enfrentado siempre. ¿Cómo expresar en unas pocas líneas la multitud de sensaciones y vivencias que una novela deja en el lector después de pasar por ella? Sin embargo, cuando esa obra es La dicha, y su autora Liliana Díaz Mindurry, la faena es más que ardua y, en no pocos instantes —tengo la sospecha—, vana. Hay historias que muestran su anchura y su holgura desde la primera hasta la última palabras, sin necesidad de que medie nada para que el lector sepa que ha llegado a un mundo raro, donde la magia de la literatura simplemente sucede. Y estamos en presencia de uno de esos casos. Aunque parezca absolutorio, comienzo diciendo que esta es una de las mejores novelas que he leído en mucho tiempo.
Con la sensación de inutilidad en la práctica de recrear algo tan “grande e incierto” para el nuevo lector, esbozo las siguientes líneas, tratando, eso sí, de evitar contarle una historia en la cual irrumpirá sin remedio, y, eso también, con la garantía del privilegio que esto va a representarle. Así salí yo, alucinada, necesitada de entender cómo la consecución de las letras puede golpear los nervios de forma irrevocable.
Leí La dicha dos veces seguidas, sin descanso, y quedé conmovida con la manera en que Liliana toma al lector por el cuello y le hunde la cabeza en esa Hydra donde ocurrirá lo esencial, amén de que esta historia transite, explícita o implícitamente, por tres escenarios: Grecia, Barcelona y Buenos Aires, y lo haga en diferentes momentos de la segunda mitad del siglo XX, aunque las líneas escritas corresponden al año de 1975.
Hoy que vuelvo a ella, lo hago con la convicción de haber asistido a un libro exquisito, que se adentra con deleite en el juego de las palabras, la poesía, la filosofía y atraviesa la belleza una y otra vez… La belleza de esas palabras y la de la existencia; la belleza del arte, de los paisajes naturales y los recreados por la mente; la belleza que el propio placer abre y en la que se sienten dichosas pocas almas. Inés, Ezequiel y Emanuel descubrieron ese camino, que es el camino a la libertad.
En Hydra y en la vida de estos tres —Inés adolescente, Emanuel joven, y Ezequiel perdido en medio de ambos—, se deconstruye la historia de una época, la de la dictadura argentina, la de la clase media, la del colegio de monjas, la de las normas y convencionalismos, para construirse un universo solo de ellos, por el cual el lector va a caminar como en un acto de prestidigitación y a encontrarse, en primer plano, con la filosofía griega, con el azoro que ese descubrimiento engendra en una niña de doce años, ansiosa por comprender el mundo, pero agraviada por las confusiones de la edad.
Una novela epistolar de la forma más arriesgada que el género permite. Inés Marcos envía a su madre una historia que, años antes, cuando era todavía esa niña a la que le pasó La dicha, le habría escrito a su padre, hoy muerto.
Inés ha develado allí sus secretos, sus gestas por y contra el amor, la filosofía, la belleza y la dicha, descubiertos a través del intercambio con su hermano Ezequiel y su primo Emanuel, y ha logrado, con el ejercicio combinado de la ternura, la inocencia y las palabras, testimoniar unas vacaciones en esta isla griega, donde la vida comenzó a tener sentido y donde casi lo pierde. Tenebroso y delicado es el relato que Inés cuenta, porque se le está ahogando en las entrañas y no puede hacer menos con él.
Locura, lealtad, ruptura, redención, amor son acaso los alegatos que batallan en La dicha, y esta es mi obsesión, marginal, por darle un sentido a aquello que es de todas formas inconmesurable. ¿Cuál es el sentido de la vida? ¿Cuál el del arte? Resolver estas cuestiones sería ambicioso, y La dicha dista de ser una obra que merezca explicaciones. Tal vez las tenga su autora, cuya solidez en el lenguaje, la argumentación, el tejido y el lirismo excluyen de su obra la más recóndita posibilidad de “ligereza”.
La dicha merece, eso sí, lectores sensibles, mentes abiertas, almas que, como estos adolescentes, sean capaces de dejarse llevar por la dulzura —a la par que por la crudeza— de la narración y vivir allí, en el espacio y tiempo donde esta novela genial y asoladora tiene lugar.
Gabriela Guerra Rey
La Habana, diciembre 2018
Liliana Díaz Mindurry nació en Buenos Aires. Primer Premio Municipal de Buenos Aires en cuentos editados Bienio 90-91 por el libro La estancia del sur, el Primer Premio Municipal de Córdoba por el mismo libro, Primer Premio Fondo Nacional de las Artes 1993 por la novela Lo extraño, Premio Centro Cultural de México en cuento 1993, Premio El Espectador de Bogotá en cuento 1994, ambos en el concurso Juan Rulfo de París, Primer Premio Jiménez Campaña de Granada. Obtuvo el Premio Planeta latinoamericano 1998 por la novela Pequeña música nocturna (reeditada en España por Editorial Huso, 2016), entre otros premios. Tiene 24 libros publicados, entre ellos las novelas La resurrección de Zagreus, A cierta hora, Lo indecible, Lo extraño, Pequeña música nocturna, Summertime, Hace miedo aquí (reeditada en Madrid, España por Editorial Huso en 2018), El que lee mis palabras está inventándolas, Perro ladrando a la luna, Cita en la Espesura y los libros de ensayos La voz múltiple y La maldición de la literatura (reeditado en España por Editorial Huso en 2016). Algunos de sus libros de cuentos son: Buenos Aires ciudad de la magia y de la muerte, La estancia del sur, En el fin de las palabras, Retratos de infelices, Último tango en Malos Ayres.
En poesía publicó Sinfonía en llamas, Paraíso en tinieblas, Wonderland, Resplandor final, Cazadores en la nieve (reeditado en Francia por Reflet de Lettres) y recientemente se ha publicado su Poesía completa (1990-2017) por la editorial Ruinas Circulares. Su poesía ha obtenido el Premio Fondo Nacional de las Artes, el Subsidio de Antorchas, el Primer Premio Embajada de Grecia, el Primer Premio First. Varios de sus poemas han sido publicados en Colombia, Austria, Estados Unidos, Perú, Uruguay y otros países.
Su obra fue traducida al alemán, inglés, francés y portugués.