LAURY LEITE
Un joven fotógrafo que vuelve a la Ciudad de México para pasar el invierno con su familia. Un arquitecto —su hermano— que quiere construir un hotel en la playa virgen donde sus padres vivieron en una comuna. Una nihilista —su hermana— que intenta destruirle la vida a la gente a su alrededor por diversión. Unos exhippies —sus padres— que hace mucho traicionaron sus ideales de juventud. Un manuscrito incisivo cuya gestación condujo al suicidio de un escritor. Y un misterioso grupo de revolucionarios decididos a cambiar la sociedad mexicana a cualquier precio.
A través de la vida de una familia, La gran demencia retrata el fracaso de los movimientos de la contracultura de las décadas de 1960 y 1970, y muestra los miedos y los deseos, las ambiciones y las frustraciones de una sociedad obsesionada con el dinero y el estatus.
De cómo comenzaron
a caer pedazos de realidad
A medida que el siglo XXI avanza, la confusión se instaura como su característica principal: sentimos que nada es como nos enseñaron. Todo se abre ante nosotros, no hay suelo ni espacio seguro. La realidad que conocimos se derrumba ante nuestros ojos. Sin embargo, el tan anunciado apocalipsis pareciera ser, por ahora, una estrategia de miedo. El capitalismo, que sabe mucho de metamorfosis, ha resguardado su poder en el individualismo; la vieja frase de «sálvese quien pueda» se ha vuelto más actual que nunca. La noción de sociedad se fragmenta en millones de intereses.
«Todo empieza con un no. Una negación que, al cristalizarse en escritura, se transforma en una afirmación. Todo empieza, entonces, con un no que encierra un sí. Un sí velado, oculto en su propio misterio, que emerge desde el fondo de ese no con el que todo empieza». Así comienza La gran demencia, con una dicotomía propia de una alta inteligencia. Como si el autor pretendiera asociar su historia al origen de todo («El hechizo del mundo» se titula el inicio, uno de los inicios), echa a rodar su argumento en un pulso constante entre la seducción y el drama. La ficción tiene el poder de explicarnos el mundo a través de existencias particulares, como si la vida exterior solo fuera una representación de la experiencia mínima que acontece en un personaje. Por ello era necesaria una novela que escarbara en los entramados del sistema actual, a partir de microacontecimientos cotidianos. En La gran demencia, Laury Leite se traza la monumental tarea de dibujar el camino que nos trajo a la forma de capitalismo caníbal que hoy nos habita.
El solo título de esta novela nos habla de la pérdida de la razón a gran escala; como si su idea fuera desnudar el daño generalizado que nos carcome la lógica. Sin embargo, el narrador, cual arquitecto de lo pequeño, dibuja el dilema mundial a través de la vida de una familia. La gran demencia es la novela de la locura íntima, que también es la locura colectiva. En este libro, el lector encontrará en forma de historias preguntas que tienen que ver con todos. ¿Qué pasó con nuestra comunidad? ¿Cuándo dejamos de ser la sociedad colaborativa? ¿Alguna vez lo fuimos? ¿Estamos deshumanizando todos los intentos? ¿Cuándo se acelera la crisis del modelo que hoy nos enferma? Tiene esta obra un pulso entre el egoísmo cotidiano de los personajes y el rumbo de la sociedad global.
Laury Leite no se conforma con describir los hechos de su tiempo, los registra, sí, pero también los explora sin otro límite que el propio abismo que se abre en cada situación. Su narrativa se convierte en una cámara que registra detalles y planos generales. La novela está dividida en tres partes y transcurre a lo largo de nueve meses; la trama tiene tres líneas narrativas principales y varios narradores. Cada línea, articulada con un estilo impecable, se centra en uno de los hermanos de la familia. Los micromundos de esta obra están escritos a pulso, sin malabarismos lingüísticos, sin palabras de más, con las descripciones necesarias. La literatura para latir necesita las palabras justas; Leite lo sabe y por ello utiliza el verbo como la sangre que da vida a su historia. El narrador piensa, habla y comparte reflexiones con los lectores, sin jamás perturbar el curso de la trama y sus derivados, recurso literario que me hizo recordar a buena parte de la obra de José Saramago. El engranaje de la novela se va articulando a distintas velocidades, entre experiencias y confesiones. «Tercera confesión: el pavo está un poco crudo por mi culpa. Mentí sobre la temperatura que había alcanzado cuando estaba en el horno. Por la mañana leí que la carne cruda de pavo podía dar salmonela y el impulso de arruinar la Navidad ejerció su atracción sobre mí y me fue imposible reprimirlo. Le dije a mamá que yo me haría cargo del pavo y lo dejé crudo a propósito. Creo que nadie se dio cuenta. Tal vez Dani. Pero Dani nunca me traicionaría. Ahora solo queda esperar a ver si todos nos enfermamos» (pág. 48). En esta novela se cuecen muchas de las preguntas que hoy nos inquietan. Preguntas formuladas en clave de vivencias.
Dice el escritor José María Merino que «antes de la filosofía y de la ciencia, ya estaba la ficción contándonos el mundo». La realidad actual, esa que se nos cae a pedazos, necesitaba ser contada. Laury Leite lo ha hecho con maestría en La gran demencia, una novela llamada a ser un registro subversivo de nuestro tiempo. Si después de la locura nos sobrevive la mirada, habrá testigos que vuelvan a sentir las obras de arte. Esta novela, sin dudas, estará en ese hipotético entonces.
Edgar Borges
Madrid, 06 de julio de 2020