AMAURY PÉREZ VIDAL
Gertrudis y Gretel han crecido juntas, casi como hermanas, en un pequeño pueblo de una isla del Caribe. El estrecho vínculo que las une, para el que la palabra “amistad” tiende a quedarse corta, amenaza con diluirse cuando, en los albores de su juventud, un aparente azar instala entre ellas una distancia geográfica que se torna más y más infranqueable cuanto más intentos hacen ambas, cada una a su manera, por mantenerlo vivo. Ese lazo de amor y complicidad llega a tensarse hasta a veces convertirse en un hilo, apenas sostenido por el diminuto pico del omnipresente petirrojo que siempre las acompaña, marcando el tempo de esas dos vidas, tan diferentes y a la vez tan entrelazadas.
El infinito rumor del agua, editada por primera vez en La Habana en 2006 con buena aceptación de la crítica, es una novela difícil de clasificar en un género, porque es, ante todo, una historia humana, que habla de nostalgia, dolor, amor y solidaridad, en la que la poesía y la música son protagónicas, y el humor, un ingrediente esencial. Narrada desde el sentir de una mujer sencilla, aunque nada simple, con una naturalidad que atrapa al lector en un mundo muy vívido de colores, sonidos y emociones, y con un puñado de personajes únicos y entrañables, cuyas historias por momentos rozan deliciosamente el absurdo, sin por ello perder un ápice de realismo. Un viaje a través del tiempo que, una vez concluido, nos deja una sensación de verdad sin importar cuan ficticias hayan sido sus ramificaciones.
OBERTURA
Un pajarillo rojo intenso, las cartas de dos amigas separadas por los azares rumorosos del mar y el poder de una imaginación y poesía desbordantes condujeron a Amaury Pérez a esta aventura literaria, que no dudo en calificar ya como una de las novelas más originales y seductoras que se han escrito en nuestro país en los últimos años.
Lejos de los tópicos de la más reciente narrativa cubana y deslizándose discretamente fuera del tiempo y el espacio, El infinito rumor del agua es una historia de amor y de amistad, a la vez que una delicada incursión en el terreno de esos sentimientos solidarios en los que la incondicionalidad se manifiesta más allá de la distancia y de la muerte, tejiendo y destejiendo lazos que el paso del tiempo es incapaz de desatar, pese a las diferencias existenciales.
La historia de Gretel y Gertrudis, que tiene sus raíces en una infancia común presidida por el legado amistoso de sus madres, es el hilo central de una obra donde el firme trazado de los personajes y la armoniosa pulcritud de un lenguaje lírico y sutil crean una suerte de fascinación de la cual es difícil escapar y que, sin embargo, se equilibra en perfecta conjunción con el desarrollo exquisito de la trama.
Narrada en primera persona por Gertrudis, una de las protagonistas, la novela consigue una omnisciencia difícil de alcanzar cuando se apela a dicho recurso. Y es que las referencias a la vida de Gretel en Nueva York resultan amplificadas por la voz de Wolfgang (personaje de especial implicación dentro del argumento) y por un puñado de poemas y cartas que son también esenciales para comprender el mundo interior de la mujer que, pese a flotar como una sombra en el presente de la ficción, resulta, sin lugar a duda, la contrafigura imprescindible para la aparente convencionalidad de la vida en la Isla imaginaria y, sin embargo, identificable, donde se focaliza la acción.
Sobre los poemas es preciso insistir, por la perfección con que logran introducir al lector en el estilo de la poesía norteamericana de la época, a la vez que construyen una personalidad expresada a través de esos textos homogéneos, en los que se presume a la voz autoral complaciendo a la vez los gustos exigentes de cualquier consumidor de este género literario.
Música, humor y la persistente búsqueda de sincretismos y relaciones son otros ingredientes que hacen de esta narración un texto de irresistible gancho. Los personajes secundarios ocupan un lugar relevante en el desarrollo de la trama, convirtiéndose por momentos en coprotagonistas del universo cerrado que Amaury Pérez ha sabido construir con un oficio que nos sorprende y cautiva.
En realidad, no creo que esta novela necesitara un prólogo. Se explica y fluye por sí misma a través de las páginas exactas y suficientes en las que queda finalmente enmarcada. Si he querido dejar aquí inscritas algunas breves impresiones sobre El infinito rumor del agua es porque su autor, figura descollante en el mundo de la canción cubana, merecía que otro escritor lo reconociera como el literato que también es, cuya trayectoria como músico no debe opacar esta otra nueva vocación, cuyos resultados ameritan una salutación a su entrada en el amplio mundo de la literatura cubana.
La lectura de esta novela augura el incipiente nacimiento de un autor que, si bien ya podía ser considerado poeta por el alto nivel de los textos de sus canciones, hoy se nos presenta como novelista, además del narrador de historias breves que había demostrado ser con su libro El dorso de las rosas que lo ubica, para decirlo con las palabras de la contracubierta de su edición mexicana, como «un narrador natural».
Ahora, el paso por la novela nos lo revela como un eficaz creador de metamundos, capaz de ese largo aliento que significa completar una historia sin altibajos, donde el lenguaje no exceda a la acción y sirva como medio sin perder la atractiva belleza con la que el autor encarcela a cada una de sus frases.
Saludo, pues, esta entrada de Amaury al mundo de la Literatura (con mayúscula) y espero que sus lectores disfruten de la misma manera que he disfrutado yo, que me leí esta novela de un tirón, seducida por su encanto discreto, sus sutiles humoradas, la sencillez y poesía del lenguaje y la originalidad de una historia que, por qué no decirlo, habla directamente al corazón.
Marilyn Bobes
La Habana, abril de 2006